martes, 7 de octubre de 2008

ARGENTINA : DOS POLÍTICAS .... DOS PAISES

JOSÉ GUILLERMO L’HUILLIER

Durante el gobierno de Urquiza, se difundió una publicación titulada “LAS DOS POLÍTICAS”. El ejemplar más antiguo no consigna autor ni fecha. Algunos le atribuyen su autoría a José Hernández –autor del Martín Fierro-, aunque en realidad se cree que pertenece a Olegario Víctor Andrade.

No obstante haberse difundido en el Siglo XIX, la realidad que describe la mencionada publicación mantuvo plena vigencia durante el Siglo XX y manifiesta una asombrosa actualidad en la Argentina del Siglo XXI.

Uno de sus párrafos sustanciales expresa: “Las cuestiones de organización, de forma de gobierno, de instituciones liberales, eran los diferentes disfraces de la cuestión económica”, en la cual Buenos Aires “ha monopolizado el comercio, el transporte de bienes y el gobierno en general... Derrocado en 1810 el régimen metropolitano y devuelta la soberanía política del país al pueblo de sus provincias, Buenos Aires se erigió de hecho en Metrópoli territorial, monopolizando, como ha dicho el señor Alberdi, en nombre de la República independiente, el comercio, la navegación y el gobierno general del país, empleando el mismo método que había empleado España. En vez de Madrid, se llamaba Buenos Aires... En vez de coloniaje extranjero y monárquico, tuvimos desde 1810 el coloniaje doméstico y republicano”.

Sostiene el autor, que desde esa fecha (1810) una sola cuestión ha sido importante: quién controlaría la abundancia material del país... ¿ Buenos Aires o las Provincias Unidas? La respuesta es obvia: Buenos Aires. Este hecho explica no sólo la pobreza de las provincias, sino también sus gobiernos caudillistas: “Los caudillos fueron hijos del egoísmo de Buenos Aires... Surgieron en cada provincia como un resultado fatal de la confiscación de la fortuna de las provincias, hecha por Buenos Aires. Por eso es que cuando vemos al partido localista de esa provincia proclamar la extirpación del caudillaje tenemos lástima de su ignorancia de la historia y de su miopía política. ¿Qué fueron los caudillos sino los gobernadores de las provincias abandonadas a su propia suerte, aguijoneadas por el hambre y por la inquietud del porvenir ?”

En otros de sus párrafos, el autor de “Las Dos Políticas” afirma que los porteños siempre se comportaron, sin tener en cuenta diferencias políticas menores, con una sorprendente unión: “La historia dirá algún día que ha existido en Buenos Aires un partido localista y retrógrado...partido de mercaderes políticos que ha negociado con la sangre y los sufrimientos de la República. Partido sin fe, sin dogma, sin corazón...”. También expresa que dentro de este partido invisible, hombres diferentes se vuelven colaboradores involuntarios: “...no es injusto negar su complicidad con los principios trascendentales de su política soberbia, exclusivista y vanidosa: la ruina y el desquicio para las provincias, la riqueza y el poder para Buenos Aires. ¡La misma política de todos los tiempos aciagos de la República!”

Este concepto de “Las Dos Políticas” coincide con la visión de “los dos países” que formula Alberdi, quien argumenta: “Para Buenos Aires, Mayo significa independencia de España y predominio sobre las provincias: la asunción por su cuenta del vasallaje que ejercía sobre el virreinato, en nombre de España. Para las provincias, Mayo significa separación de España, sometimiento a Buenos Aires; reforma del coloniaje no su abolición. Ese extravío de la revolución debido a la ambición ininteligente de Buenos Aires, ha creado dos países distintos e independientes, bajo la apariencia de uno sólo: El Estado metrópoli, Buenos Aires, y el país vasallo, la república. El uno gobierna, el otro obedece; el uno goza del tesoro, el otro lo produce; el uno es feliz, el otro miserable." (Alberdi, Juan B., “Grandes y pequeños hombres del Plata”, 107, Editorial Garnier Hermanos, 1912).

Incorpora así Alberdi a la historiografía argentina una de las visiones más perdurables: dos países... dos culturas, dos existencias paralelas, dos historias. Uno en Buenos Aires. Otro en las provincias y sus clases populares. “Buenos Aires y las provincias argentinas forman como dos países, extranjeros uno de otro. Como esa división tiene por objeto la explotación de un país por el otro, una profunda enemistad los divide y hace ser enemigos naturales en el seno mismo de la unión o federación, que no los liga sino para hacer efectiva esa explotación”.

Hoy coexisten en la Argentina las dos políticas y los dos países, con el mismo predominio de uno sobre el otro: el Pacto de Olivos -y la reforma constitucional de 1994- consolidó el poder centralista de Buenos Aires. Los porteños se apropiaron de la Capital Federal para constituir la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; en 1999 asumió la fórmula presidencial porteña De La Rúa- Álvarez y en el 2001 los bonaerenses Duhalde y Alfonsín reeditaron el Pacto de Olivos.

En enero de 2002 – una vez más- el partido único de Buenos Aires (integrado entonces por justicialista y radicales bonaerenses) se apropió -mediante una Asamblea Legislativa- del Gobierno Federal. A partir de 2003 se consolidó aún mas el centralismo, al extremo que muchos Gobernadores dependen de la “caja” del Gobierno Central para subsistir… son en realidad Gobernadores-Delegados.

La crisis del campo -que desencadenó la mentada Resolución 125- hizo evidente la visión de los dos países… uno que goza del Tesoro… otro que lo produce… como decía Alberdi.

“La historia dirá algún día que ha existido en Buenos Aires un partido localista y retrógrado... partido de mercaderes políticos que ha negociado con la sangre y los sufrimientos de la República. Partido sin fe, sin dogma, sin corazón...” “...no es injusto negar su complicidad con los principios trascendentales de su política soberbia, exclusivista y vanidosa: la ruina y el desquicio para las provincias, la riqueza y el poder para Buenos Aires. ¡La misma política de todos los tiempos aciagos de la República!...” (“Las Dos Políticas”, Ed. Devenir, Bs. As., 1957)

LIDERAZGO PARA ABORDAR EL FUTURO

José Guillermo L’Huillier
Ivana E. M. Cabrera

Los siete pecados del liderazgo según Gandhi:
Riqueza sin trabajo
Placer sin conciencia
Conocimiento sin carácter
Comercio sin moral
Religión sin sacrificio
Política sin principios
Ciencia sin humanidad

Un buen líder se distingue de los demás cuando empieza a desarrollar a las personas que le rodean. Él toma a los suyos y los eleva del lugar donde están a un nivel superior. Tiene confianza en sí mismo y no tiene temor de que otra persona se pueda desarrollar más allá de él. En este nivel, el líder quiere ver el verdadero desarrollo del potencial que hay en los que le rodean.Cualquiera puede ejercer su poder sobre las demás personas, pero un líder hace surgir poder en los demás. Cualquiera puede mandar a otro, pero un buen líder capacita a otros para que puedan cumplir con su labor. Hay un crecimiento en los que le rodean, lo que significa que hay un crecimiento en el líder también y no desarrolla seguidores sino que desarrolla más líderes.

El más alto propósito del liderazgo

Los grandes logros, los avances, los cambios positivos, las fuertes transformaciones culturales, pueden perderse si el liderazgo no comprende su más alta responsabilidad, su máximo compromiso: desarrollar nuevos líderes.

Liderazgo para el futuro

El desencuentro crecientemente observable entre muchos políticos tradicionales y sus pueblos procede de la tendencia de los mismos a armar su agenda de actuaciones más desde las querellas del pasado que desde los retos y oportunidades del futuro. Esta actitud, excusable en tiempos de prolongada estabilidad, resulta insensata en momentos como el actual que pueden calificarse, sin exageración, de verdadera mutación o cambio civilizatorio. No estamos, sin duda, ante el fin de la historia, pero sí en los albores de una era histórica nueva.

Transitando el siglo XXI se adivina fácilmente la emergencia turbulenta de una sociedad crecientemente global, plural y compleja, interdependiente y dinámica, cuyos retos y oportunidades poco van a parecerse a los que trataron de responder las ideologías e instituciones generadas por la revolución industrial. Ningún país responsablemente gobernado puede prescindir de una estrategia nacional de posicionamiento en el nuevo orden internacional emergente.

La capacidad para formular y poner en práctica estrategias nacionales de recomposición interna y de reposicionamiento internacional será, pues, crítica. Tal capacidad depende de muchos factores. Se destacan:

(a) La existencia o no de liderazgo eficaz, es decir, de dirigencia creíble, capaz de articular una visión viable, que cimiente una coalición suficiente para impulsar un programa de reformas estructurales y vencer las resistencias que se le opongan.

(b) El tejido institucional y cultural profundo del país, es decir, de las verdaderas reglas del juego político, económico y social, interiorizadas y aplicadas por los distintos actores relevantes.

(c) La capacidad para formular e implementar las políticas públicas requeridas para el enfrentamiento eficaz de los retos.

El liderazgo es una parte vital para el cambio institucional. La gran cuestión que los líderes actuales confrontan puede formularse así: ¿cómo puede una sociedad heterogénea, con gran número de actores portadores de diversos intereses en conflicto, en la que ningún grupo puede forzar a los demás a cooperar, encontrar caminos para avanzar hacia arreglos institucionales más eficientes y equitativos? La historia particular de una sociedad acaba siendo moldeada por el número y la calidad de las personas que se deciden a ponerse al frente del proceso de cambio. Éste no se produce nunca por sí sólo.

Sin la función del liderazgo el cambio no se acabará produciendo o se producirá de manera limitada o inadecuada. La emergencia de los nuevos modelos mentales, percepciones o aprendizajes, el cambio de actitudes, la adquisición de nuevas competencias, son procesos que pueden darse más rápidamente y mejor cuando se dispone de liderazgo.

En sociedades pluralistas y complejas los liderazgos deben hallarse desparramados por toda la sociedad. Ser líder depende de la decisión personal de asumir la función de ponerse al frente, procurar visión y sentido de la dirección, comunicar y construir confianza, tanto o más que de la posición que se ocupe formalmente.

El liderazgo requerido para el cambio institucional exige, en primer lugar, visión. La formulación de la visión requiere: (a) la comprensión de los intereses a corto y largo plazo de un amplio espectro de actores sociales; (b) una percepción afinada de los equilibrios implicados en los arreglos institucionales vigentes; (c) conciencia suficiente de los impactos que las tendencias y fuerzas de cambio actuales y futuras van a tener sobre la sociedad y sus principales actores.

En segundo lugar, los liderazgos para la gobernabilidad democrática requieren de legitimidad. La legitimidad es lo que permite que funcione una comunicación efectiva entre el liderazgo y sus audiencias.

En tercer lugar, los liderazgos para la gobernabilidad democrática requieren la capacidad para tratar adecuadamente el conflicto. Para ello necesitan desarrollar la capacidad de convertir demandas, valores y motivaciones conflictivas en cursos de acción coherentes.

En cuarto lugar los liderazgos han de ser capaces de actuar como catalizadores del proceso de aprendizaje y de adaptación social. El aprendizaje implica principalmente reemplazo de información, modelos, valores y competencias. Hay que desaprender para aprender los nuevos modelos, valores y competencias que nos capacitarán para seguir aprendiendo. Latino América está viviendo el cambio de un modelo de desarrollo. Optimizar las potencialidades del nuevo modelo requiere multitud de liderazgos conducentes de este tipo de aprendizaje.

Difícilmente podremos llegar a decir que ya hemos consolidado la democracia, hecho eficiente el mercado y equitativa la sociedad. Cada generación va a tener su propia responsabilidad en esta reconstrucción incesante de la historia. Quizás el reto más decisivo de los liderazgos para la gobernabilidad democrática estribe en la catalización de los actores sociales para sostener este re-examen constante que es la base de todo el proceso de aprendizaje.